jueves, 24 de febrero de 2011

la verdad del arte no se demuestra. Más convincente que el fervor, macedoniano Borges

De Quincey, Writings, XIII, 345

En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano. Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía, El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares, Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo, Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta, El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló.
-Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-, No recuerdo la tuya, ¿Quién eres y qué deseas de mí?
-Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-, Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
-Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo,
-El oro no me importa -respondió el otro-, Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
-El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.
El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:
-Pero, ¿hay una meta?
Paracelso se rió.
-Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que "hay" un Camino,
Hubo un silencio, y dijo el otro:
-Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino,
-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.
-Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.
El muchacho elevó en el aire la rosa.
-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
-Eres muy crédulo -dijo el maestro- No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
-Eres crédulo -dijo-. ¿ Dices que soy capaz de destruirla?
-Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.
-Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿ Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto en pie.
-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.
-Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.
-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?
Paracelso le miró con tristeza.
-El atanor está apagado -repitió-- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.
-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.
-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.
El discípulo dijo con frialdad:
-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa.
No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:
-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retornó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.

J.L. Borges: "La rosa de Paracelso", en La memoria de Shakespeare

lunes, 14 de febrero de 2011

un país, por favor, aquí y ahora, Javier Adúriz

Es que ser porteño, hijo de españoles, tiene lo suyo...un ánimo elegíaco que busca sentido contra el repique de las castañuelas. El tango de un lugar en ruda mutación. En esas condiciones, cada palabra que surge, vive solamente si se modula desde la herida central, y hace ilusión compartida: un país abstracto, en silueta de mujer que siempre se está yendo con otro y nos deja amasijados sin misericordia. Allí, entre los pliegues de esa melodía, oír es empinar el trago de una larga desdicha - encubierta bajo un aspecto resistente, claro.

A cada rato
Alaridos del viento
Diciendo qué


Pero no existe el país. En todo caso lo tangible son estas ciudades enormes que, como los principados de antes, agitan aquella misma pulsión por ser, la bandera roída del deseo. Rosario, Mendoza, Salta, Bahía Blanca, Córdoba, incluso La Plata o cualquier otra, pujan por encontrar un destino ajeno a Buenos Aires, esta múltiple cabeza tecnológica, suma de la soledad y del orgullo que nos desgarra a todos. Tal vez una carencia de orden mestizo, reinventada en cada vuelta de esquina, cada historia, contra el viento blanco de la precariedad.

Aquí también
Mordisquea su sueño
La pobre rata


Los pasillos de Dios...El cielo de la capital se organiza en retazos. Durante el día cae en bloques celestes o grises, amarrado a la forma neutra de los edificios. En la noche, no muestra sus estrellas, a menos que las busques denodadamente, perforando las luces de artificio, esa iluminación del alma colectiva. ¿Qué ven los ojos errantes y múltiples que no vean los tuyos? ¿Qué significado bruto y ominoso te anticipan? Hasta donde la vista alcanza, el horizonte está hecho de civilización indiferente.

Hurgan el cielo
La bóveda celeste
Estos anteojos


Me podrás decir, empero: ésta es la casa de la vida.


Un país por favor
Aquí y ahora


para Marcelo Ortale


Javier Adúriz, Esto es así, Poesía, Pez náufrago, Ediciones del Dock 2008

domingo, 13 de febrero de 2011

Seminario: sexo y amor en el Canon Latino, Leonor Silvestri

Objetivos

* Este taller tiene por objetivo trabajar sobre los tópicos, lugares comunes y temas de la poesía latina erótica que luego dieron lugar a las representaciones del amor en épocas posteriores.

* Intentaremos lograr un acercamiento a las poéticas del canon romano que muchas veces suelen dejarse fuera de los cursos más tradicionales.

* Haremos referencia a las diferentes escuelas de poesía dentro de un marco histórico y social que estructuran el estilo y los temas de la poesía.


Modalidad de trabajo:

* Las poesías están agrupadas en módulos temáticos

* Las clases serán teórico- prácticas.

* Los textos se leen en el curso. Y estarán a disposición de los participantes.

* Se trabajará con traducciones de editoriales reconocidas que garanticen la calidad de la lectura.

* Se harán referencias concretas al léxico en latín cuando sea necesario.

*Habrá a disposición de los participantes bibliografía teórica-critica que se desarrollara en la clase.

* Se propondrá a aquellos asistentes que deseen hacerlo, que al margen de la participación voluntaria en la clase, preparen un tema basándose en la lectura de los textos y la literatura crítica y cualquier otro cruce que ellos prefieran.


Horarios:

* Reunión semanal de 2 hs.

* Duración de marzo a mayo.

* Arancel: 150$ por mes



Programa:


A modo de introducción

Los géneros literarios en la antigüedad

Diferentes tipos de poesía: poesía lírica, épica, bucólica, simposíaca, invectiva, “de ocasión”, elegía.

The final countdown: la contienda lírica vs. épica.

Diferentes tipos de lírica: brevísima introducción a la métrica.

Algunos modelos griegos: Safo, Píndaro, Corina, Calímaco, Homero.


Manifestaciones Físicas del amor y El amor como patología


El amor como enfermedad. ¿Qué es el “Amor” para los latinos y sus poetas?

La poesía escrita con el cuerpo. Materialidad del poema: poeta, poesía etimologías.

El poema como remedio o como veneno.



Catulo. Poesías N° 5,7,32,48, 51,75, 83, 85, 99 . Relaciones Sáficas (fr. 1, 16, 31)

Horacio. Odas: Libro I, Oda 13; Libro IV, Oda 1.


Ovidio.
Amores: Libro I, poesía N° 5; Libro II, poesía N° 9b; LibroIII, poesía N°11b.


Sexo, Mentiras y Poesía


La escritura como ficción. ¿La ficción imita la realidad?¿El referente de la literatura es la literatura?

Cómo conseguir chicas en la antigüedad.


Catulo. Poesías N° 58,70,72,76,87,109,110

Ovidio. Amores: Libro I, poesía N° 3.

Tibulo. Elegías: Libro III, poesías N° 19 y 20.



Protocolos: sobre “el que dirán”

Sexualidad y poesía en Roma. ¿Homosexualidad? ¿Literatura de género?
Verdades y mentiras del tema de moda

Catulo. Poesías N° 5,6,16,35.

Horacio.
Odas: Libro II, oda N° 4; Libro III, oda N° 15.

Ovidio. Amores: Libro II, poesía N° 3.

De poesía a poeta: Sulpicia, una única mujer escribe en Roma


¿Cómo llega Sulpicia hasta nosotros? Condición de la mujer poeta en la antigüedad: las precursoras: Nossis, Corina, Safo, etc.

Inversión del sexismo en la voz poética de la mujer.

Tibulo. Elegías: Libro III, elegías N° 11,13,15,18.


Pasado, Presente y Futuro

Las influencias de la poesía antigua en los poetas modernos: Cassara, Raimondi, Belloc, McDonnel, Hughes y Faber & Faber, etc.

Traducción y poesía; traducción: criterios desde la antigüedad sobre la traducción, el plagio y los límites en el mundo pre-burgues.


Curso dictado por Leonor Silvestri

Consultas e inscripciones: silvestrileonor@yahoo.com.ar

TEL: 4383 1321 / 1562691508