jueves, 18 de agosto de 2011

¿qué dios, qué cárcel, qué Creación?, Jorge Luis Borges

Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar el orden y el número de unas sierpes de piedra o la forma de un árbol medicinal. Así fui revelando los años, así fui entrando en posesión de lo que ya era mío. Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso; antes de ver el mar, el viajero siente una agitación en la sangre. Horas después empecé a avistar el recuerdo: era una de las tradiciones del dios. Éste, previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La escribió de manera que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azar. Nadie sabe en qué punto la escribió, ni con qué caracteres; pero nos consta que perdura, secreta, y que la leerá un elegido. Consideré que estábamos, como siempre, en el fin de los tiempos y que mi destino de último sacerdote del dios me daría acceso al privilegio de intuir esa escritura. El hecho de que me rodeara una cárcel no me vedaba esa esperanza; acaso yo había visto miles de veces la inscripción de Qaholom y sólo me faltaba entenderla.

Borges, J.L. "La escritura del dios", El Aleph, 1949
Klimt, G. "El árbol de la vida", 1905

martes, 9 de agosto de 2011

Como criaturas de agua cruda, Irma Elena Marc

Has visto, me pregunto, has visto
la cara de tus hijos
sin entremirar el espejo.
Has visto – Ella pregunta- has visto
el cuerpo de tu mujer
(sencillamente el cuerpo de tu mujer)
sin aritmética, con los ojos como máquinas voladoras,
no con los ojos como palomas de trono y de altar,
con la boca como criaturas de agua cruda,
no para estar como muerto donde lo muerto.
Has visto (preguntamos) has visto
a la mujer del rito de la ausencia,
al laberinto de donde húmedo saliste
para permanecer desde entonces en fuga,
tanteando la oscuridad con manos de verdugo,
a puro látigo la luz como un lugar inhóspito,
violento.
Siempre fuiste mi espejo
el común aire
el borde del huracán
la espuma sin orillas de mis labios
el silencio turbio masticándonos,
imponiendo apellido a lo vomitado, lo doloroso,
lo para siempre insoportable.
Mi pequeño juez.

Texto: Irma Elena Marc, "Lo para siempre insoportable"
Foto: Gustave Klimt, La muerte y la vida