sábado, 30 de abril de 2011

en las regiones prohibidas, Ernesto Sábato

Murió Ernesto Sábato, el gran artista. Pasó de la física a la literatura, de la literatura a la exposición, de la exposición al color, del color al anonimato siempre en compromiso con su búsqueda final. No sé ni me importa si fue mejor o peor que otros, si sus destrezas narrativas se adelantaron o no a las coordenadas de su época, la sola lectura de un texto como Sobre héroes y tumbas justifica mi homenaje.
Desde aquí mi despedida llena de respeto y agradecimiento.

Roxana Palacios

I
¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato? Esta feroz lucidez que ahora tengo es como un faro y puedo aprovechar un intensísimo haz hacia vastas regiones de mi memoria: veo caras, ratas en un granero, calles de Buenos Aires o Argel, prostitutas y marineros; muevo el haz y veo cosas más lejanas: una fuente en la estancia, una bochornosa siesta, pájaros y ojos que pincho con un clavo. Tal vez ahí, pero quién sabe: puede ser mucho más atrás, en épocas que ahora no recuerdo, en períodos remotísimos de mi primera infancia. No sé. ¿Qué importa, además? Recuerdo perfectamente, en cambio, los comienzos de mi investigación sistemática (la otra, la inconsciente, acaso la más profunda, ¿cómo puedo saberlo?). Fue un día de verano del año 1947, al pasar frente a la Plaza Mayo, por la calle San Martín, en la vereda de la Municipalidad. Yo venía abstraído, cuando de pronto oí una campanilla, una campanilla como de alguien que quisiera despertarme de un sueño milenario. Yo caminaba, mientras oía la campanilla que intentaba penetrar en los estratos más profundos de mi conciencia: la oía pero no la escuchaba. Hasta que de pronto aquel sonido tenue pero penetrante y obsesivo pareció tocar alguna zona sensible de mi yo, algunos de esos lugares en que la piel del yo es finísima y de sensibilidad anormal: y desperté sobresaltado, como ante un peligro repentino y perverso, como si en la oscuridad hubiese tocado con mis manos la piel helada de un reptil. Delante de mí, enigmática y dura, observándome con toda su cara, vi a la ciega que allí vende baratijas. Había cesado de tocar su campanilla; como si sólo la hubiese movido para mí, para despertarme de mi insensato sueño, para advertir que mi existencia anterior había terminado como una estúpida etapa preparatoria, y que ahora debía enfrentarme con la realidad. Inmóvil, con su rostro abstracto dirigido hacia mí, y yo paralizado como por una aparición infernal pero frígida, quedamos así durante esos instantes que no forman parte del tiempo sino que dan acceso a la eternidad. Y luego, cuando mi conciencia volvió a entrar en el torrente del tiempo, salí huyendo.De ese modo empezó la etapa final de mi existencia. Comprendí a partir de aquel día que no era posible dejar transcurrir un solo instante más y que debía iniciar ya mismo la exploración de aquel universo tenebroso.Pasaron varios meses, hasta que en un día de aquel otoño se produjo el segundo encuentro decisivo. Yo estaba en plena investigación, pero mi trabajo estaba retrasado por una inexplicable abulia, que ahora pienso era seguramente una forma falaz del pavor a lo desconocido.Vigilaba y estudiaba los ciegos, sin embargo. Me había preocupado siempre y en varias ocasiones tuve discusiones sobre su origen, jerarquía, manera de vivir y condición zoológica. Apenas comenzaba por aquel entonces a esbozar mi hipótesis de la piel fría y ya había sido insultado por carta y de viva voz por miembros de las sociedades vinculadas con el mundo de los ciegos. Y con esa eficacia, rapidez y misteriosa información que siempre tienen las logias y sectas secretas; esas logias y sectas que están invisiblemente difundidas entre los hombres y que, sin que uno lo sepa y ni siquiera llegue a sospecharlo, nos vigilan permanentemente, nos persiguen, deciden nuestro destino, nuestro fracaso y hasta nuestra muerte. Cosa que en grado sumo pasa con la secta de los ciegos, que, para mayor desgracia de los inadvertidos, tienen a su servicio hombres y mujeres normales: en parte engañados por la Organización; en parte, como consecuencia de una propaganda sensiblera y demagógica; y, en fin, en buena medida, por temor a los castigos físicos y metafísicos que se murmura reciben los que se atreven a indagar en sus secretos. Castigos que, dicho sea de paso, tuve por aquel entonces la impresión de haber recibido ya parcialmente y la convicción de que los seguiría recibiendo, en forma cada vez más espantosa y sutil; lo que, sin duda a causa de mi orgullo, no tuvo otro resultado que acentuar mi indignación y mi propósito de llevar mis investigaciones hasta las últimas instancias.Si fuera un poco más necio podría acaso jactarme de haber confirmado con esas investigaciones la hipótesis que desde muchacho imaginé sobre el mundo de los ciegos, ya que fueron las pesadillas y alucinaciones de mi infancia las que me trajeron la primera revelación. Luego, a medida que fui creciendo, fue acentuándose mi prevención contra esos usurpadores, especie de chantajistas morales que, cosa natural, abundan en los subterráneos, por esa condición que los emparenta con los animales de sangre fría y piel resbaladiza que habitan en cuevas, cavernas, sótanos, viejos pasadizos, caños de desagües, alcantarillas, pozos ciegos, grietas profundas, minas abandonadas con silenciosas filtraciones de agua; y algunos, los más poderosos, en enormes cuevas subterráneas, a veces a centenares de metros de profundidad, como se puede deducir de informes equívocos y reticentes de espeleólogos y buscadores de tesoros; lo suficientemente claros, sin embargo, para quienes conocen las amenazas que pesan sobre los que intentan violar el gran secreto.Antes, cuando era más joven y menos desconfiado, aunque estaba convencido de mi teoría, me resistía a verificarla y hasta a enunciarla, porque esos prejuicios sentimentales que son la demagogia de las emociones me impedían atravesar las defensas levantadas por la secta, tanto más impenetrables como más sutiles e invisibles, hechas de consignas aprendidas en las escuelas y los periódicos, respetadas por el gobierno y la policía, propagadas por las instituciones de beneficencia, las señoras y los maestros. Defensas que impiden llegar hasta esos tenebrosos suburbios donde los lugares comunes empiezan a ralear más y más, y en los que empieza a sospecharse la verdad.Muchos años tuvieron que transcurrir para que pudiera sobrepasar las defensas exteriores. Y así, paulatinamente, con una fuerza tan grande y paradojal como la que en las pesadillas nos hace marchar hacia el horror, fui penetrando en las regiones prohibidas donde empieza a reinar la oscuridad metafísica, vislumbrando aquí y allá, al comienzo indistintamente, como fugitivos y equívocos fantasmas, luego con mayor y aterradora precisión, todo un mundo de seres abominables.Ya contaré cómo alcancé ese pavoroso privilegio y cómo después de años de búsqueda y de amenazas pude entrar en el recinto donde se agita una multitud de seres, de los cuales los ciegos comunes son apenas su manifestación menos impresionante.

"Informe sobre ciegos" (fragmento), en Sobre héroes y tumbas, 1961

viernes, 29 de abril de 2011

perforar el material hasta su núcleo, Javier Adúriz, por Tomás Sánchez Belocchio

Ayer murió Javier Adúriz, poeta, amigo y maestro.
Decir profesor hubiera sonado casi mezquino, porque no alcanza a explicar la vitalidad y la inteligencia que irradiaba, ni el rastro de su influencia en aquellos que lo conocimos.
Todavía no pude procesar del todo la noticia de su muerte en mi cabeza. Fue tan rápido…
“Se murió el profesor de mi alma”, escuché que alguien dijo en su entierro.
Yo sé que Javier pertenece a mucha gente. Fue marido, padre y también hermano. Tuvo cientos (quizás miles) de alumnos a lo largo de treinta años y otros tantos amigos. Muchos de mis recuerdos de él son en realidad compartidos. Pero me gusta pensar que tuve una relación especial con él, distinta a las otras.
La nuestra fue una amistad intelectual. No de simetría, eso está claro. Sino en el sentido de que nunca fue afectuosa o confesional y más que nada, estuvo ligada al amor que compartíamos por la literatura. Javier era reservado y desde el colegio siempre mantuvimos cierta distancia o dinámica alumno-profesor, que sólo en ocasiones rompíamos. Yo no llamaba a Javier para contarle un problema familiar, pero podíamos estar horas debatiendo cuál era el mejor cuento de Salinger. Quizás por eso no supe hasta muy tarde reconocerla como tal. Hay amistades que tienen otros modos.
Dos escenas son fundamentales para entender el significado de Javier en mi vida. Son egocéntricas porque ambas se refieren a mí, pero no me importa, porque dan una idea cabal de su generosidad y también de su humildad. Además, tienen una rara cualidad poética.

De la primera incluso hablamos con él una semana después, cuando volvimos a encontrarnos. Me dijo: "Tenés que escribir sobre esa noche". Y en ese momento me reí porque había pensado lo mismo. Los dos habíamos quedado impactados por su rara energía. Lo que no pensé es que iba a escribir sobre esa noche justo ahora. Era diciembre. El calor era infernal. Estábamos solos en su departamento de Recoleta, la ventana abierta de par en par, el ventilador andando. Creo que discutíamos el final de uno de mis cuentos cuando de pronto se cortó la luz. Esperamos unos minutos que volviera. Pero no volvió. Y no sé si fue eso, el calor y la oscuridad, que lo hizo hablarme de una manera que no había hecho nunca. Me gustaría tener al menos la mitad de su elocuencia, la gracia, el dominio absoluto del idioma. Me dijo, con palabras mucho mejores, que tenía que ir más allá, destruir para volver a empezar, perforar el material hasta su núcleo, despojarme de lo nimio, me dejaba embelesar por la música de las palabras y estaba siendo blando, ¿dónde está la furia? Y no podía conformarme con menos. Habrán sido no más de cinco minutos y alcanzaron para destrozar toda seguridad que podía tener sobre “mi obra”. Bajamos a oscuras y en silencio las escaleras. Volví a casa derrotado y al mismo tiempo con la certeza de que había un halago secreto en sus palabras.

La segunda, no sé si fue antes o después de la primera, pero tiene más sentido para mí si las ordeno de este modo. Fue después de una noche de taller. Esta vez hacía frío y se había levantado viento mientras esperábamos un taxi en French y Las Heras. Él venía hablando de otro de mis cuentos cuando casi de la nada me dijo: "Vos ya sos un escritor". Lo miré incrédulo. Cuando tu profesión es otra, cuando no se tiene nada publicado, la palabra tiene algo de ilusorio o de inalcanzable, hasta impostado. Entonces me contó que a él se lo había dicho muchos años atrás un amigo poeta, una especie de mentor, cuyo nombre me dijo pero no retuve. Según él había sido un momento bisagra en su vida, aunque había demorado años en entenderlo y ahora, esa noche, había sentido la necesidad de reafirmármelo. “Vos ya sos un escritor. Quiero que lo sepas”. Y enseguida, me preguntó qué pensaba hacer con eso, como si en el acto de pasarme ese título invisible y antes de que pudiera regodearme con su elogio, ya me cargara una responsabilidad enorme.

No puedo fijar el recuerdo de la última vez que vi a Javier. Sé la fecha, conozco el lugar, pero no puedo recordar de qué hablamos exactamente esa noche. La mañana después del primer episodio de su enfermedad me escribió para suspender nuestro próximo encuentro. Era un mail apurado, breve, pero al final puso: "Te quiero decir algo que no es una despedida, pero urge decírtelo. Sos un escritor extraordinario y me honra tu amistad. Un gran abrazo, Javier." Confieso que al principio me pareció exagerado, porque me llegaban noticias de que estaba poniéndose mejor. Le escribí, me respondió. Hablé por teléfono con él sólo una vez más. Hace apenas unos días, ya cuando empezaba a impacientarme, pensando cuándo Javier iba a tener fuerzas para retomar el taller, me enteré de que había vuelto a su casa después de la última internación y ya no había nada más que hacer. Quise hablar con él, visitarlo. Pero era demasiado tarde y no tuve la chance de despedirme como hubiera querido.

Hasta ayer pensaba que su mayor regalo fue la dedicatoria de un poema que aparece en su anteúltimo libro. Se llama Piercing, y es para mí uno de los mejores. Reproduce el diálogo alucinado entre un padre y un hijo. Casi puedo oírlo decir: Lo nuestro fue más ensoñado siempre. Pero Javier, ¿no ves la radiación por todas partes? Ahora, entiendo que su mayor regalo fue en realidad otro. Su mirada, la que me trataba como un par y en la cual podía reconocerme como en ninguna otra. Esa mirada que me leyó como nunca antes nadie me había leído y que hoy me urge a escribir.

No sé si tengo plena noción de su pérdida, de lo que voy a extrañarlo.
Sólo espero haber honrado su amistad.

sábado, 23 de abril de 2011

I Concurso Nacional de Poesía Javier Adúriz


Igual, no se quiere dejar de sonreír
Javier Adúriz, El nadador

Estimados amigos: el 21 de abril pasado murió el poeta Javier Adúriz, entrañable amigo y colaborador del Concurso Macedonio Fernández desde sus inicios. Desde aquí nos sumamos a todo homenaje que se le rinda en cualquier parte del mundo como poeta, hombre y maestro. Nos quedan para siempre su palabra y su nombre, que desde ahora encabeza nuestro concurso de poesía. Mi agradecimiento a su esposa, Ana Bravo.

Roxana Palacios


*I Concurso Nacional de Poesía Javier Adúriz

Podrán participar todos los poetas mayores de 18 años residentes en Argentina con un libro inédito de poemas, escrito en castellano, de tema libre, que no haya obtenido premios o menciones, ni haya sido finalista en otros concursos.
Se tomará como válida la fecha del sello postal.
No se entregará recibo alguno por la recepción de las obras.
Ningún material será devuelto por la institución durante el concurso ni después de establecido el fallo del jurado. Tampoco se mantendrá correspondencia sobre el mismo con los participantes.
Los autores ganadores conservarán los derechos totales de su autoría.
La participación en este concurso es gratuita.
La sola recepción del material determina la inscripción.
No podrán participar personas relacionadas con el CMLZ.
Los autores premiados serán notificados en los primeros días del mes de noviembre de 2011.
La participación en este concurso implica la aceptación completa de sus bases.
Los envíos serán recibidos desde el lunes 2 de mayo hasta el viernes 29 de julio de 2011 por correo postal o personalmente en Colombres 420, (1832) Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina.

Presentación del material: un libro inédito de poemas, de temática libre, con un mínimo de 400 líneas y un máximo de 700, en hoja tamaño A4, anillado y firmado con seudónimo, en letra Times New Roman o similar, cuerpo 12, a doble espacio, por una sola cara del papel. No podrán superarse las 70 páginas.

Sistema de plicas: los libros deberán ir acompañados de un sobre cerrado conteniendo los datos personales del autor: nombre, apellido, número de documento, domicilio, teléfonos y correo electrónico, se ruega no agregar currículum literario ni lista de premios obtenidos. Al frente de la plica deberán figurar seudónimo y título de la obra.
Cantidad de copias: tres.

Premio único e indivisible: $ 3.000 más la edición del libro ganador

Jurado de Poesía: Silvia Camerotto, Griselda García y Jorge Boccanera

Coordinación general de Concursos: Roxana Palacios



*VIII Concurso Nacional de Narrativa Macedonio Fernández

Podrán participar todas las personas mayores de 18 años residentes en Argentina con un libro inédito de narrativa breve , escrito en castellano, de tema libre, que no haya obtenido premios o menciones, ni haya sido finalista en otros concursos.
Se tomará como válida la fecha del sello postal.
No se entregará recibo alguno por la recepción de las obras.
Ningún material será devuelto por la institución durante el concurso ni después de establecido el fallo del jurado. Tampoco se mantendrá correspondencia sobre el mismo con los participantes.
Los autores ganadores conservarán los derechos totales de su autoría.
La participación en este concurso es gratuita.
La sola recepción del material determina la inscripción.
No podrán participar personas relacionadas con el CMLZ.
Los autores premiados serán notificados en los primeros días del mes de noviembre.
La participación en este concurso implica la aceptación completa de sus bases.

Los envíos serán recibidos desde el lunes 2 de mayo hasta el viernes 29 de julio de 2011 por correo postal o personalmente en Colombres 420, (1832) Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina.

Presentación del material: se participará con un libro inédito de cuentos breves, de temática libre, con un mínimo de 50 y un máximo de 70 páginas, en hoja tamaño A4, anillado y firmado con seudónimo, en letra Times New Roman o similar, en cuerpo 12, a dos espacios, por una sola cara del papel.

Sistema de plicas: los libros deberán ir acompañados de un sobre cerrado conteniendo los datos personales del autor: nombre, apellido, número de documento, domicilio, teléfonos y correo electrónico, se ruega no agregar currículum literario ni lista de premios obtenidos. Al frente de la plica deberán figurar seudónimo y título de la obra
Cantidad de copias: tres.

Premio único e indivisible: $ 3.000 más la edición del libro ganador

Jurado de Narrativa: Ana Bravo Adúriz, Marcelo Damiani y Roberto Ferro

Coordinación general de Concursos: Roxana Palacios


e-mail: macedonianos@gmail.com / 156-782-4551 m / 156-782-4551 http://tallermacedoniofernandez2010.blogspot.com/

Imagen: Hokusai, paisaje

jueves, 21 de abril de 2011

ése es el poema, cuando el lenguaje habla por sí; Javier Adúriz, gracias siempre

Probemos vanguardismo, hagamos ensayo del poema sin perderlo. Reflexión emotiva,
imagen cartesiana, donde la razón se encienda
a la par de la razón natural: los cuatro elementos,
casi como filosofía de la composición. Pero ojo,
que no se advierta. Que el buen lector la incluya
en su flujo de ego multiforme: la ficción fija
de este juego que hace el escritor, el que también
se presta a un viaje hacia adentro que es afuera.

Sin lector no hay literatura y menos poesía, dicen,
la alta compañía para algo o alguien que respira
solo, y espera ser comprendido, hasta entender
de una, que vive en algo más que él, que ¡apenas
él! Que le pulula por dentro, homólogo a lo externo.
Pero del Yo hablo: el tema. Ese equívoco múltiple
e ignorado, como Proteo; o para darle a la mudaza
un símil pop y modernositud: ese alien, ese hulk
o bien, esa cajita ruso-china de vívida mamushka.

A mi ver, y muy en tosca hipótesis, somos reactivos.
Lo que llamamos Yo es sólo un peso del ánimo,
la industriosa fantasía que lame nuestra pena,
hecha de dolor objetivo y la figuración que portan
las palabras, en distancia insalvable con la cosa.
Ahí empieza la tragedia torpe de la incomprensión,
los abismos dispares o blandos que por humor altivo
asimilamos a nuestra valiente comedia de existir.
Digo: ¿si a uno, el otro no le importa?: a qué con uno.

Y empieza la encerrona. El aire es aire, respiración
de la especie, pero en concierto, metáfora introspectiva
de matices que pelean por la nominación, en donde topa
contra patéticos tropiezos. Quién habla a quién, si
“quien” es otro y otro y otro, a veces en mera función
utilitaria, o moralidad grotesca transmitida. Un reactivo,
pero dulce, por la legión de compañeros que lo viven
en el limitado cuerpo que atraviesa la llanura fértil
o seca, donde nieva o llueve parejo al día de su ficción.

Es que somos de cuento, como la tierra que para todo
sirve, para un barrido como para un fregado, muñecos
turbios de un deseo primal, el instinto de base velador
o ansioso para su extensa satisfacción: creerse alguien.
Es que es áspero, en la meseta conquistada de lo “eso”,
saber que nadie nos espera, ni la figura de un yo mismo.
Entonces ya: palabrería al palo, los proyectos, el empaque
de una carne del corazón que hace de sí las poses del actor,
arte exquisito o tan ramplón de cada quien, según le sale.

Y aquí el poeta, y su adorable tinglado de aguas de resurrección.
Si de uno para uno, la congelante pajería de buscar un estilo,
sobrevivir por amaños a una manía, que se impone al pobre lector.
Un nominalismo para señores críticos, que en exclusiva glosan
con la momiosa capa del experto o del especialista (palabra
legañosa si las hay) Si para el otro en vez, eso que claramente
no es uno, el escribidor alcanza otra momia de útil y de dulce,
lo académico del profesor que habla y dice como si supiera,
aunque los calzones los lleve medroso, cagados por igual.

Saquemos la disyunción, la no salida, que nos encanta para
ser los tristes de nosotros mismos. La puerta está cerrada, sí.
Y qué. La mónada respira maquinaria de agitación. Es así,
pero tal un fuego que quema más allá de la experiencia verbal,
una suerte de luz que no es luz, de sonido carente de sonido,
en intuición de lo real que asoma más allá de los que nada
somos y nos constituye. Bien. A mi entender hay que ir ahí,
a esa verdad que está por fuera de nosotros, y reside oblicua
en el don de la palabra general, en construcción colectiva.

Ése es el poema, cuando el lenguaje habla por sí. Y arrastra
siglos de siglos de condición humana junto a civilización
y naturaleza indiferente. Una índole del verbo que se demuestra
muy por debajo del ego propio, tan conmovedor por cierto
porque es de uno, pero siempre fascista de bota y bigotito
pelotudo. No, el poema está en todos. Y hay un cierto deber
de hacerlo para quien lo busque y quiera. Como decía el gran
Martí: “con todos y para el bien de todos”, belleza en este cielo,
con este viento y aire abiertos, y agua y fuegos del planeta.

Javier Adúriz, 16 de abril de 1948-21 de abril de 2011
"Formas del yo"

miércoles, 20 de abril de 2011

libre como el verso, Juan L. Ortiz

Colinas, colinas, bajo este Octubre ácido...
Colinas, colinas, descomponiendo o reiterando matices aún fríos,
o no pudiendo decir plenamente el oro y el celeste, fluidos, de los cultivos.
Nos dueles, oh paisaje que no puedes cantar en la tarde agria e indecisa,
lleno de escalofríos bajo las nubes tenaces e inquietas todavía de tu sueño
y estás solo. solo, solo, con la angustia y el desamparo de tus criaturas.
Pero aun si cantaras el canto no se oiría casi.
Oiríamos sólo el ruido de los carros largos con su carga de desesperación.
Oiríamos sólo el silencio de los niños y de las mujeres junto a los ranchos transparentes.
Veríamos sólo la figura deshecha con la bolsa al hombro sobre la cima de la loma.
Veríamos sólo esos arrabales de las Estaciones, oh campos de Entre Ríos con aún países absolutos de injusticia,
oh, campos de Entre Ríos hechos para la dicha
de los que os evocaron esa aurora florecida que aún no canta y que es extraña al día.
Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas puras.
Cantará con un múltiple canto entre las casas próximas con mesas,
ah , seguras y con libros y músicas.
Como de la noche de su alma del sueño de los campos el hombre extraerá toda la maravilla.
No más dividido, no, con el hermano, ni consigo mismo, ni con la tierra, el hombre.
Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin fin en la gracia más alta de la criatura,
y sonreír al rostro cejante de la sombra.

Juan L. Ortiz, "Colinas, colinas" en El álamo y el viento, 1947

domingo, 17 de abril de 2011

alimentos terrestres, todas las dicotomías; Julio Cortázar, Rayuela

La publicación de Rayuela en 1963, la transformación de valores por los que atravesaba la literatura latinoamericana y las contradicciones sociopolíticas que se agudizaban en el continente americano colocaron a Cortázar en una posición sobre la que debatieron público y medios en torno del deber ser de los intelectuales. Cortázar se consagró para un nuevo público lector, joven en su mayoría. Es sabido que el impacto de la revolución cubana desencadenó una serie de cambios que afectaron su vida y su escritura; sin embargo, esos cambios no fueron producidos únicamente por su experiencia y conocimiento del proceso revolucionario de Cuba. Entre el Cortázar que deja Buenos Aires y el que se instala en París hay un pasaje donde se instala la noción de viaje como tropo, una nueva posibilidad de dar forma al lado de allá y el lado de acá. En el Círculo Médico de Lomas de Zamora vamos a leer esta novela insoslayable a partir del miércoles 20 de abril, te invitamos a unirte a nosotros llamando al 156-782-4551 o enviándonos un mail a macedonianos@gmail.com

“porque boom significa mucho más que estallido”

Seminario: El boom, literatura de la revolución, revolución de la literatura, por Roxana Palacios

Lugar de encuentro: Círculo Médico de Lomas de Zamora
Duración: 12 clases (entre abril y julio)
Inicio: miércoles 20 de abril a las 18,30
Contenido teórico-crítico y lectura directa de cuatro novelas insoslayables:

Módulo 1: 20 y 27/04 y 4/05: Rayuela, de Julio Cortázar
Módulo 2: 11, 18/05 y 1/06: Cien años de soledad, de G. García Márquez
Módulo 3: 8, 15 y 22/06: La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes
Módulo 4: 29/06 y 6 y 13/07: La ciudad y los perros, de M. Vargas Llosa

consultas e inscripciones: macedonianos@gmail.com 156-782-4551

viernes, 8 de abril de 2011

rojo y en francés, Karina Sacerdote

I- el acero al rojo en la piel
el arrebato de conservación
el rojo en crecimiento
recorriéndolo todo
llenando todas las células y los nervios
y la cabeza inmersa en el tormento
la voz el pecho el grito
todos los huesos
lastimándose hasta el pelo y las uñas
hasta lo que no se soporta

y luego
delicadamente
pacífico el rojo tiñéndonos por completo
ser ese dolor también
saber que ya es parte nuestra
que así somos
y dejar de dolernos


II- la última vez escuchamos a Edith Piaf
ninguno de los dos sabía francés
(yo sigo sin saberlo)
pero lloraste
una vida triste tuvo
dijiste
lloramos
no porque nuestra vida fuese triste
acaso fue porque sabíamos
que ya nunca más
la escucharíamos juntos
en francés
para no entenderla
ahora Edith, su vida en rosa y yo
nos acompañamos
sonreímos juntas
no porque nuestra vida sea feliz
acaso sea porque ambas sabemos
que la tristeza nos acompaña
nos acompañará siempre
sabemos que ante ella
estamos solas y desnudas
coleccionando despedidas
una vida en rosa
y este silencio mío
sin música
recordándote
la vida en rosa
tu sonrisa que ya no está
y yo sigo sin saber francés

Karina Sacerdote, Rojo y En francés
Foto: Revista Axolotl