lunes, 20 de febrero de 2012

Carnaval: ¿la carne vale o levar la carne?, por Roxana Palacios


Para los cristianos, Carnaval es el nombre de un tiempo de tres a cinco días que precede al inicio de la Cuaresma. Para quienes profesan otros credos o se sienten por fuera de toda creencia trascendente, es la fiesta popular que se celebra en días específicos del mes de febrero, y que consiste en bailes de disfraces, máscaras, desfiles o exhibiciones más o menos bulliciosas, según el espacio, clima o temperamento de las poblaciones. Pero lo cierto es que esta tradición viene de largo, y el surgimiento del cristianismo produjo una revalorización de estos festejos –como de tantas otras tradiciones y prácticas- a partir de la presencia de Jesús en el mundo.

El origen de la palabra carnaval es bastante discutido todavía, y es también curioso -carnaval suena muy parecido en cualquier lengua que se lo pronuncie- el origen de la fiesta. Hay acuerdo en descartar la fórmula carne-vale en términos de confortar la carne mediante todo tipo de desbordes como preparación para una posterior abstinencia, para dar lugar a la noción de carne-levare: quitar, alivianar, elevar la carne.

Esta fiesta, que puede rastrearse desde los inicios de la escritura hace más de 5.000años en la Mesopotamia, entre los ríos Eufrates y Tigris, más exactamente en Ur, donde, al parecer, se veneraba al dios Marduk a quien se retornaba, después de varios días de confusión y desorden -en el que ritualmente se festejaba a un falso dios a quien se daba muerte para retornar al orden Marduk- y tenía el rasgo dominante de mezclar o abolir las jerarquías imperantes, plantear el mundo al revés o lo imposible -que para el hombre antiguo no era otra cosa que el tiempo- como realidad de vida.

Los pueblos modificaron la tradición a su medida, en algunos casos desapareció junto con ellos, en otros se sostuvo, como en las bacanales o saturnalias del Imperio Romano, que desembocan como un embudo en los fantásticos carnavales de Venecia o Florencia.

Las tradiciones se mezclan, se fusionan. En Barranquilla, por ejemplo, los disfraces tienen un simbolismo bastante específico y la batalla de las flores recuerda el fin de la Guerra de los mil días. Río, Oruro, Gualeguaychú, cada pueblo con su mezcla de Reyes Momos y Reinas del Carnaval. Cada cual con su propia hibridación.

En el ámbito del lenguaje, Mijail Bajtín estudió la carnavalización en el contexto cultural de Francois Rabelais (1494-1553) Es interesante el recorrido de Bajtín, entre otras cuestiones prueba que la literatura -al igual que el habla, esa parte dinámica y cambiante del lenguaje que no obedece a las leyes de la lengua sino a sus propias formas transitorias- es la manifestación del carnaval, con sus matices críticos y paródicos, frente a los valores establecidos: “El carnaval no se contempla ni se representa, sino que se vive en él según sus leyes mientras éstas permanecen actuales, es decir, se vive la vida carnavalesca” en la que se suprimen las jerarquías y toda desigualdad entre los hombres: “Los hombres, divididos en la vida cotidiana por las insalvables barreras jerárquicas, entran en contacto libre y familiar en la plaza del carnaval”

Como en la literatura, se vive -entre "realidad" y "juego"- un modo diferente de relaciones, opuesto a las formalidades de la vida oficial: “Las festividades (cualquiera sea su tipo) son una forma primordial determinante de la civilización humana”, el carnaval en tanto tradición festiva, “era una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante (…) y apuntaba a un porvenir aún incompleto”

Y algo más: Bajtín profundiza su estudio en torno a la risa -desde la “risa de Pascua” autorizada por la tradición monacal -risus paschalis- hasta la “risa de los tontos” como eco medieval de los carnavales públicos- para explicar nuevas formas de comunicación verbal: géneros inéditos o cambios de sentido vinculados a los nuevos tipos de relaciones establecidas a partir del rito carnavalesco.

Más allá de los festejos de febrero, hoy vivimos en la cotidianeidad familiar, social y mediática la exacerbación del lenguaje desbordado de la plaza pública: palabras injuriosas, exageraciones, expresiones altisonantes a veces muy alegres, a veces muy violentas.

Desde el punto de vista lingüístico, las consideradas “malas palabras” son fórmulas fijas y estereotipadas, una clase verbal específica -ni buenas ni malas, tal vez sólo tabúes que cobran significación en tanto nombran aquello que “no debería ser nombrado en público” y son, por lo tanto, marca de informalidad- dentro del lenguaje y cumplían en otros tiempos -quizás también ahora- funciones de carácter mágico y encantatorio porque contribuían a la creación de una atmósfera de libertad, dentro de la vida secundaria carnavalesca.

El estudio de Bajtín trabaja en profundidad instancias muy interesantes y ayuda a recorrer espacios históricos que fundamentan el diálogo permanente de su anterioridad con su posterioridad, pero hay algo que quiero destacar porque es francamente contradictorio y, por lo tanto, interesante de volver a pensar: la ambivalencia. Palabras que degradan y mortifican pueden, a la vez, ser motivo de regeneración y, sobre todo, de renovación de aquello que callaban, como en el ciclo de la tierra, como en el proceso de la vida humana, como en la revelación de todo lo creado: regenerar, volver a generar comunicación -que proviene de la voz latina communis, con raíz indoeuropea mei, al igual que Comunidad, Comunión y Municipio-, y aceptación de la diferencia entre los seres humanos.


*Toda la itálica recupera citas del libro La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de Francois Rabelais, de Mijail Bajtín, Alianza, Madrid, 1994.

*Otra fuente: Estética de la creación verbal, Mijail Bajtín, México, Siglo XXI, 1995

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