Augusto Roa Bastos me dijo una vez en Asunción que él se había exiliado joven y que de alguna manera había convertido la nostalgia en algo positivo, es ahí donde se asomó el nombre de David Viñas entre los narradores argentinos más interesantes.
Yo tuve que salir de Argentina a los 23 años y también traté de darle tangibilidad a una situación de duelos múltiples. Y una de las cosas que computan para el haber, está la amistad con David en México, haber armado un diálogo.
David llegó a México en 1981; explicaba que la palabra "exilio" no lo convencía porque le sonaba melodramática; prefería decir "quienes estuvimos afuera". Era pudoroso. No hablo de humildad -era consciente de su fuerza intelectual y el lugar que ocupaba en la literatura- pero le escapaba a los escenarios de la figuración.
El golpe del 76 lo había agarrado en México de donde regresó en julio pese a voces que le aconsejaban no volver.
En una semana tuvo que hacer las valijas de nuevo. Me contó que se cruzó por la calle con el actor Pepe Soriano, quien, sorprendido como si viera un fantasma, le dijo: "tomátela viejo, que vos sos boleta".
Se fue a España y se instaló en un barrio madrileño, Salamanca. Cuando abrió las ventanas y vio pintadas que vivaban a Franco se mudó al Escorial. Allí se enteró de la desaparición de sus hijos María Adelaida en 1976 y de Lorenzo Ismael tres años después; primero por una carta y luego una llamada telefónica en una madrugada.
Con ese dolor deambuló por Estados Unidos y Europa -España, Italia, Francia, Dinamarca, Alemania- colaborando en algunos medios de prensa y dando clases, hasta recalar en México.
Solíamos juntarnos en la casa de Pedro Orgambide; donde terminamos armando junto a Humberto Costantini, Alberto Adellach y José M. Iglesias, la editorial "Tierra del Fuego".
Por esos días estaba irreconocible; se había afeitado su característico mostacho argumentando: "no trabajo más de viejito".
De los libros que no llegaron a salir y que quedaron en proyecto -varios regresamos al país tras el triunfo de Alfonsín- estaba un ensayo de David sobre Mariátegui y uno mío sobre la obra de Gelman que se publicó diez años más tarde en Buenos Aires.
En México, nos encontrábamos en la redacción de la revista Plural cuando me alcanzaba sus colaboraciones. Y confieso que al principio me sentí extraño frente a aquel escritor para mí enorme, que me ponía del lado del interlocutor de una de sus charlas ilustradas, esas que obligaban a circular a la carrera por laberintos en los que me costaba seguirle el paso.
¿Escribía como hablaba? Porque si en su oralidad ondulaban franjas literarias, sus textos estaban articulados por modulaciones (él diría "inflexiones") del habla coloquial. Todo aderezado con una ironía devastadora.
Recuerdo una cena en mi casa con el cineasta Renato Leduc, director de "Red, México insurgente". Eran viejos conocidos de épocas en que el mexicano estaba interesado en filmar su novela "Hombres de a caballo". Un lustro después el tema rondaba sobre la posibilidad de llevar al cine, con guión de David, la vida de la fotógrafa italiana Tina Modotti.
Cuando le decía que la película "El Jefe", basada en un texto suyo, era uno de sus picos altos, me observaba descreído.
Pero cuando insistía en que "El Jefe" era un parteaguas del cine nacional, que prefiguraba un cóctel entre prepotencia y frivolidad, que iba a caracterizar a parte de nuestra sociedad.
Las charlas continuaron a mitad de los 80 en Buenos Aires; en su departamento y en la librería Clásica y Moderna, donde solía caer Orgambide con quien David compartía entre otros temas, las figuras de Ezequiel Martínez Estrada y Alberto Ghiraldo, Boedo, Roberto Arlt y González Tuñón.
Por mi lado, recuerdo que lo literario iba más por el lado del grotesco y de las voces de ruptura de los años 20, sobre el que yo empezaba a trabajar.
David ya tenía el título de su ensayo: "Vanguardismos y Revolución en América Latina".
"Son cosas que uno tiene en carpeta", deslizaba, y hablaba de otro de sus proyectos: "Heterodoxos en América latina", una perspectiva de los intelectuales críticos de Matiátegui a Cooke.
Heterodoxos, disidentes, iconoclastas. Expulsados y reprimidos. Indios, anarquistas, socialistas, inmigrantes, más "todos los tipos que van a aparecer el 17 de octubre" y la militancia de los 70.
De eso escribía David, las zonas omitidas por la crítica oficial y el canon, "lo santificado", decía, "todo ese mundo de exclusión". Y, por añadidura, del "drama del poder y la crítica del autoritarismo" como señalaría el crítico Noël Salomón a propósito de la novelística de Viñas.
Era común encontrarnos en bares o, en los años últimos, en la casa de un amigo común, el músico Ricardo Capellano. Sus historias se filtraban entre cafés o tablitas con asado como cuando en los años 60 cayó en prisión en Venezuela por haber participado en un acto por Cuba y casi lo deportan a la isla Trinidad.
Vuelvo al exilio mexicano, y me veo tratando de barajar algo de esos sistemas paradojales que David iba armando cuando desmenuzaba un tema. Y siempre iba a fondo. Enseñaba a pensar con posiciones que no pocas veces eran un convite a debatir.
Junto a su consolidada narrativa de ficción, hay que hablar del rigor del análisis y de un modo singular de vincular sus distintos saberes.
Nos deja el espectáculo de una conciencia crítica interpelando al sentido común, y una densidad conceptual que de la mano de un lenguaje siempre en movimiento, hicieron de su estilo un modelo.
Si el sentido de una vida cabe en una palabra -por ejemplo el "hermanaje" que utilizaba Rodolfo Walsh, ese otro intelectual heterodoxo con el que Viñas solía juntarse en el Tigre- rescato para David el de "fraternal", de uso frecuente en su trato y que desplegaba en una gama que llegaba hasta la "fraternalia".
Buenos Aires, 11 de marzo. Télam, por Jorge Boccanera
Télam- jb-mc-gel 11/03/2011 14:08
Al recuerdo elocuente de Jorge Boccanera, se unen todos los que apreciamos en David Viñas, esa calidad humana dedicada a enseñarnos los caminos de la utopía y la denuncia insobornable de la injusticia. David Antonio Sorbille
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