-Aquí ya empiezan a haber caballos- me decía.
Y el viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre los colores del agua de la infancia.
Estábamos ya muy lejos de los bronces, los
mármoles y los floreros pintados "al gusto de
la familia" en los cementerios municipales.
Todo aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren casi fluvial nos envolvía.
Mi pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las manos las ramas de las estrellas y
el resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías y las antiguas guerras.
Era el primer viaje solos en el tren marrón que
no quiere morir.
"Viaje estival con Lucio", en 200 años de poesía Argentina, 2010
Qué placer brinda la poesía de Francisco Madariaga, de quien hace una década y en un poema lo recordé: “con el canto sensible / de los pájaros del pecho de fuego / que en el atardecer absoluto / retornan al nido de lo eterno / en plenitud de poesía”. David Antonio Sorbille
ResponderEliminargracias, querido David!, tus comentarios hacen vivir a este blog!
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