Son mareas para moverse a tientas
Son cornisas
donde mejor ciego que vidente
Pero la pretensión de ver
¡ah!
la compulsión de conocer. Farfullamos
y la boca se nos llena de palabras vacías
semillas de sandía entre dientes sonrientes (escasos
moscones pegajosos nos persiguen
por los entresijos del verano
No faltará la duda. Su dejo apenas turba
el cristal de unos gestos que solían
ser inocentes, prácticos. Cuando se trata
de un hábito ampuloso,
de un recurso torcido, la retórica se vuelve
el más viciado de los engreimientos
(la cortina
pesada nos margina del tabernáculo del desconocimiento
¿qué se fizo aquel desaprender tan codiciado
¿qué se fizo el milagro de aunque sea un instante
perderse en asombros reverentes
(Un hombre. Se diría que inmóvil pero es pura
apariencia
Su máscara se afana recorriendo
el vasto solar de los negocios. Recoge bayas
amargas
quiere vaciar el río
con las manos (Un hombre al parecer sentado
a veces no es más que un envoltorio que deriva
en secreto un cadáver
que se niega a sí mismo. Un disparo
que apunta a su entrecejo
al cabo de unas horas y al sonar
la campana y al regresar intacto
a las trincehras de la acostumbrada dispersión
en condiciones de jurar que algún día
que instalado en su inclemente almohadilla
que los cielos abiertos y que el profeta
Elías
bajando a recibirlo en su carro de fuego
"Un viajero inmóvil", en El viaje, 2002
Foto: La boîte de Pandore, , René Magritte, 1956
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