Un crujido en la silla del otro lado del escritorio. Alcé los ojos y ahí estaba, otra vez: el Eternauta, mirándome con esos ojos que habían visto tanto. Durante un largo rato se quedó ahí, mirando sin ver el tintero, los libros, los papeles desordenados sobre el escritorio.
-Te conté de Hiroshima... - dijo y apoyó la cabeza ya blanca sobre la mano-. Te conté de Pompeya...
Hizo una pausa, me miró sin verme; de pronto sonrió.
-Ni yo mismo sé por qué te hablo de todo eso... - y la voz le venía de quién sabe qué eternidad de espanto, de quién sabe qué inmensidad de dolor y angustia-. Quizá te hablo de todo esto para borrar con otro horror el horror que trato de olvidar. Mientras cuento vuelvo a vivir lo que cuento... Y si hablo de Hiroshima, si hablo de Pompeya, olvido el horror máximo que me tocó vivir.¿Qué fue Pompeya, qué fue Hiroshima al lado de Buenos Aires arrasado por la nevada?
El Eternauta, 1957
David Antonio Sorbille dijo...
ResponderEliminarUn texto que anuncia la terrible metáfora de un gran creador. Una obra de dimensión profética. Inolvidable Oesterheld.