viernes, 22 de enero de 2010

la metáfora produce una aproximación a lo real, A. G. Palacios

Como sabemos, Aristóteles fue el primer pensador que trató sistemáticamente el tema de la metáfora. En la Poética define la metáfora: “Metáfora es traslación de nombre ajeno; ya del género a la especie, ya de la especie al género, o de una a otra especie, o bien por analogía”1 Así, el filósofo de Estagira hace de la metáfora un género en el cual ubica como especies, la sinécdoque y la metáfora propiamente dicha. Sin embargo, destaca la última especie, es decir, la metáfora proporcional, ésta última llamada por analogía, consiste en vincular cuatro términos de manera tal que el primero es al segundo como el tercero es al cuarto. Así, “la vejez es a la vida como la tarde es al día” o “el alma es al cuerpo como la vista es al ojo”
Usar metáforas dice Aristóteles es descubrir la semejanza entre cosas diversas, es decir, que el entendimiento volcado a captar lo que las cosas son, descubre, además, relaciones entre los entes.
“Es con todo grandemente importante saber usar convenientemente de cada una de las cosas dichas: palabras dobles y peregrinas, pero lo es mucho más y sobre todo, el saber servirse de las metáforas, que, en verdad, esto sólo no se puede aprender de otro, y es índice de natural bien nacido, porque la buena y bella metáfora es contemplación de semejanzas”
Pero, ¿qué es lo semejante?
Aristóteles nos dice que semejantes son dos cosas diversas que tienen una cualidad común. La metáfora se produce en virtud de una analogía que se hace presente en el entendimiento. La metáfora es una proporción de semejanza.
Como indica Paul Ricoeur: la semejanza guía y produce la metáfora. La epifora, o sea, la transposición, consiste en la asimilación que se genera entre ideas extranjeras. Este proceso supone un ver o intuir lo semejante.
Ver lo semejante es ver lo mismo en lo diferente. En la metáfora lo mismo opera a
pesar de lo diferente. Al interpretar la metáfora como descubrimiento de nuevas
semejanzas en el seno de lo real, Aristóteles, establece una tesis fundamental en su teorización acerca de la metáfora: el valor cognoscitivo de la misma. En esta misma línea, Paul Ricoeur afirma: “¿No puede decirse que la estrategia del lenguaje que actúa en la metáfora consiste en obliterar las fronteras lógicas y establecidas, para hacer aparecer nuevas semejanzas que la clasificación anterior impedía percibir?”2
Hablamos, pues, de verdad metafórica, entendiendo la metáfora como atribución y no como mera sustitución de un nombre. Si la metáfora implica atribución se dice que P le conviene a S y, si lo que se dice es en la realidad, entonces estamos en la verdad. Por lo tanto, la metáfora no es sólo un modo de decir sino de pensar la realidad a partir de determinadas atribuciones.
(…) La metáfora no es un mero adorno del lenguaje. La metáfora descubre semejanzas, hace ver una cualidad común en lo diverso, aproximando cosas alejadas para el pensamiento habitual. Genera asombro porque rompe la continuidad del lenguaje y nos hace ver3. La belleza acompaña a la metáfora pero no es su razón de ser.
El lenguaje metafórico no es un lenguaje aséptico que no introduce ninguna significación nueva. El lenguaje es un precioso bisturí que recorta las posibilidades del pensamiento, porque el lenguaje vigente delimita un campo finito, aunque indefinido, de desarrollos en los que puede expandirse el pensamiento.
(…) La metáfora rompe la isotopía del contexto y abre nuevas posibilidades al pensar. La metáfora produce una aproximación a lo real desde la cual es posible pensarlo de manera inusitada. La metáfora destaca una característica del objeto hasta entonces velada.
La metáfora hace manifiesta la capacidad del intelecto para descubrir
relaciones. Nuestro intelecto es capaz de descubrir relaciones en el seno de la realidad misma. El entendimiento humano busca continuamente establecer nuevas relaciones que le permitan una mayor comprensión de lo que es. Y es aquí donde vemos operar la metáfora, que hace posible, a partir de una relación de semejanza, penetrar más acabadamente en el ser de las cosas.
La metáfora reúne en sí el momento sensible de la representabilidad con la
intuición intelectual permitiendo “ver lo invisible en lo visible”
(…) El pensamiento se encarna, iluminando en la sensibilidad un contenido que, estando en lo sensible, no es de suyo sensible.

Alberto Gustavo Palacios, “El valor cognitivo de la metáfora”, ENDUC, 2007

Imagen: Golconde, René Magritte, 1953
Texto completo en: http://www.enduc.org.ar/enduc4/trabajos/t128-c14.pdf
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1 Aristóteles, El arte poética. Espasa-Calpe, Madrid, 1976, p. 65
2 Paul Ricoeur. La metáfora viva. Megápolis, Buenos Aires, 1977
3 “Sea nuestro punto de partida el siguiente: que aprender con facilidad es algo naturalmente agradable para todos y que, por otra parte, las palabras tienen un significado determinado, así que los nombres que nos enseñan más son los más agradables. En consecuencia, las palabras raras nos son desconocidas; las precisas ya las conocemos, así que es la metáfora la que consigue mejor lo que buscamos”
Aristóteles,La Retórica. Alianza, Madrid, 2000, p. 272

3 comentarios:

  1. qué bueno que te interese, Susana!, Gracias por tu comentario, un abrazo, Roxana

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  2. David Antonio Sorbille dijo...
    Magnífica síntesis de un estudio mayor sobre la metáfora en que su autor desarrolla con total erudición los alcances de su propuesta.

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